Cuando la conocí por primera vez, realmente pensé que era inaccesible. Esta
clase de situaciones las dejaba para alguien mas, reconocía no estar a su
altura, no estar preparado para lidiar con algo así. Recién estaba entrando al
circuito y tenía cierta timidez que acompañaba mi vasta inexperiencia, lo cual
hacían un combo que no me permitía ni soñar con ella. Mucha gente me hablaba de
lo difícil que era poder llegar a ella. Mas de una vez me han contado anécdotas
de aquellos que lo intentaron y no lo lograron, aquellos que quedaron deshechos
física y emocionalmente y todo aquel que había logrado tal hazaña era
considerado lo más cercano a un héroe terrenal. Estos eran observados con
admiración acompañada con cierto recelo oculto y un poco de envidia casi evidente
por el resto de sus pares. Y no hablo de envidia sana, eso sí que es un mito.
No existe envidia que sea sana, existe envidia y punto. La envidia sana la
invento un ser extremadamente envidioso que quiso reivindicar esta emoción tan
repudiada y solo aquellos que intentar justificarse la citan.
Pero basta ya de divague, volvamos a Ella, ¿Qué decir
de Ella? Podemos tener infinidades de calificativos para describirla, aunque
son totalmente subjetivos dependiendo netamente del relator. Por más que
podemos no compartir algunos de ellos, seguramente coincidimos en la mayoría.
He aquí un humilde intento.
De manera distraída pero a su vez muy oportuna, conocí a su hermana menor. Algunos simplemente le dicen “La media”. Es un tanto excéntrico su apodo, pero ciertamente lógico y muy acertado. Cuando la conocí, su encantamiento me embelesó. Aunque en lo más oculto de mis sentimientos existía una oscura intención de tan solo utilizarla para llegar a Ella. Es feo lo que digo, pero debo sincerarme con ustedes con el simple propósito de obtener cómplices si alguien se atreve a juzgarme. Lo que en cierto punto me libera de la culpa que me ocasiona este pensamiento es saber que quizás ella también lo sabía. Me gusta creer que ambos, en un acuerdo tácito, preferimos negarlo conscientemente y seguir adelante.
“La media” es intimidante en un principio pero con el tiempo uno se acostumbra a ella y aunque se respete ya no genera ese estupor que podía constituir en un principio. En una noche de borrachera podría jurarle amor eterno pero en lo más profundo de mi ser tengo la seguridad de que no me casaría con ella. Sería una falacia innecesaria. Se que en muy poco tiempo le seria infiel, cuando se pierda la magia de los primeros instantes voy a demandar más de lo que me pueda dar. Si, es verdad, es linda, te atrapa y te sabe dar todo lo que necesites y aunque se tiene la firmeza de saber que siempre va a estar ahí, esperándote, su encanto se opaca con tan solo pensar en Ella. Muchos intentan impresionar a novatos jactándose de haber estado con su hermana menor, pero ese embelesamiento se disipa inmediatamente cuando alguno menciona su mítico nombre. Es innegable, una creció bajo la sombra de otra y la comparación no solo es irremediable sino que también necesaria.
Cuando uno se avoca a la desmesurada aventura de inmiscuirse en Ella sabe que a mitad de su camino se podrá observar a un costado a “La media”, la cual observara con cierto cariño particular oportunamente acompañado por algún breve rito homenajeante o un simple y distante saludo. Igualmente ambos evadimos la tristeza que genera el ser consciente de que uno seguirá marchando en busca de algo mas, mientras tanto, ella observará mi espalda alejarse a cada segundo. Con cierta nostalgia y algo de sabiduría, “la media” sabe que su destino es ese. Es algún momento alguien la supo describir como una isla donde algunos pájaros que vuelan entre continentes se detienen a descansar. Algunos saben extender su visita largo tiempo hasta tomar coraje y seguir viaje, otros tantos vuelven porque saben que hasta allí llegaron algunos por inseguridad, otros por reconocer sus limitaciones y obviamente aquellos que por ambos motivos terminen reconociendo sus inseguridades. “La media” sabe que disfruta de la compañía de aves de paso y observa su crecimiento con cierta afán maternal, por eso nunca buscara revancha.
Pero este relato se ocupa de Ella. Ahí está Ella, esperando, sin demasiada esmero. Solo aguarda con desvergonzado desinterés. Expectante de todo lo que genera, puede sentir la energía del momento. Ansiedad, nervios, emoción, tensión e infinidad de sensaciones que aparecen en cada uno de ellos si empezáramos a personalizar las vivencias. Cuantas historias ignotas se extravían entre el gentío, muchas de ellas obligan quizás a que algún lagrimón se desborde entre varias de las victimas en los momentos previos a ese punto de partida. Ella sabe que no todos llegaran, no todos lograran conquistarla pero ese es el precio de la exclusividad. Si fuera accesible pasaría inadvertida y hoy no estaría escribiendo esto. Para comenzar uno debe tener la serenidad suficiente para contenerse en cada paso, ir de a poco es la receta. El autocontrol nos lleva a mantener una conexión con el ser con mayor poder de concentración que existe dentro de nosotros. Aquel monje tibetano que vive en la montaña más recóndita y sabe racionalizar su energía para permanecer durante extensos tiempos una profunda meditación. Esa parte nuestra se hace cargo de nuestro desempeño en un principio. Ella te dejara avanzar sin inmutarse, acechándote desafiante, esperando el momento oportuno en el cual atacar. Por ahora es temprano, dejemos que corran los granos de arena lentamente y el tiempo, virtual tirano, erosione cual viento a la roca más dura.
Cada paso repercute notoriamente moliendo con paciencia oriental cada musculo de nuestro cuerpo. Sin embargo uno avanza. Algo genero en mi el obsesionado afán de que hoy me haga presente en esta cita con las armas suficiente para luchar por ello. La mente empieza a mover fichas cual juego de ajedrez, buscando ese Jaque mate que te saque de la partida. Sin embargo, sigo avanzando. El dolor camina sobre nuestro cuerpo como si no supiera donde alojarse. Por momentos parece hallarlo y a viva voz te anuncio que ese será su lugar. Nuestra tozudez nos ayuda a ignorarlo. El dolor recibe una de sus peores ofensas, el no ser reconocido. Con orgullo vuelve a reiniciar su camino con mayor insistencia, recordando su presencia perpetuamente. Sabe que nos acompañara el resto del camino.
El llanto parece inminente e inevitable, dicen que el sufrimiento es pasajero pero me parece que conmigo se quedo a vivir. Siento que mi derrota se acerca, todo está acabado. Todo esto carece de sentido. Sin embargo, avanzo. Visualizo mi conquista, veo ese momento en que me reciba en sus brazos y me cobije bajo sus alas entre todos aquellos que ya lograron conquistarla. Esto me da un elixir que revive mi esperanza y todo aquello que me estaba aniquilando va quedando atrás. Ese renacer alimenta mi alma, es como ver el sol después de días de tormenta. Te ilumina y te obliga a erguirte para seguir avanzando. Los minutos me demuestran que esa fuerza renaciente es solo una llovizna tímida en plena sequia, es un simple fosforo en plena oscuridad. En ese preciso instante Ella hace notar su presencia, con la más cruda firmeza te somete a sus caprichos. Sabe leer el momento más oportuno en el cual muchos bajaran sus brazos y arrojara todo su peso observando quienes realmente están preparados para atravesar ese instante. Te recuerda con extremo ahínco las reglas del juego y solo aquellos que están dispuestos a aceptarlas seguirán en pie. La contienda ahora es personal. Sé que me prepare largamente para este momento y seguiré avanzando. La susceptibilidad me invade y por momentos quiero estallar en llantos pero me hago un esfuerzo soberbio por mantener mi temple lográndolo con dudosa eficacia. A pesar de todo, sigo avanzando. Ahí estoy yo, solo unos metros me separa de la llegada. Los escollos emocionales se transforman en magulladuras en mi cuerpo. Exponiendo mi corazón al máximo, mi alma va empujando todo mi ser con milagrosa fuerza hacia el arco final. A tan solo segundos de conquistar a Ella. Todo se remonta a Ella. A esta caprichosa dama, eficazmente certera, por demás inescrupulosa e indudablemente carismática. La cual no se preocupa en lo mas mínimo por conquistarte, es más, sabe esbozar cierto placer si puede dejarte a un lado a mitad de camino. No debe esforzarse por impresionarte y suele tratarnos con especial indiferencia. Sin embargo, todos la deseamos y aquellos que logramos conquistarla rememoramos esa hazaña infinidad de veces, porque verla a los ojos cambia tu perspectiva de la vida.
Así es la Maratón. Antes de correrla, debes desearla.
Por Nicolás Prado.
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