Cuando leí esta historia, enseguida la guarde para compartirla, por unos motivos o por otros el momento se ha ido posponiendo.
Mahatma Gandhi.
Cuando
Arun era niño, su abuelo, el Mahatma Gandhi, ya era una personalidad en la
India y ya había hecho mérito para convertirse en una figura clave del siglo
XX. Todos los nietos de Mahatma sentían una profunda admiración por él, y
aprovechaban cada oportunidad que les ofrecía para pasar tiempo a su lado,
aprender de él y disfrutar de los sitios a los que los llevaba. Intentaban ser
muy equitativo con el reparto de su tiempo, y el día que invitó a Arun a ir con
él a la ciudad a pasar un sábado entero, él asintió sin dudar, llenando su
cuerpo de una enorme ilusión.
“Arun” le
dijo el Mahatma, “por la mañana podrás acompañarme a todas mis reuniones. Por
la tarde tendrás tiempo libre en la ciudad y podrás pasar un rato con tus
primos, pero has de reunirte conmigo en este mismo punto de encuentro a las
cinco de la tarde. Es importante que no llegues tarde”.
“Gracias,
abuelo. Así lo haré. Descuida”, respondió Arun.
De camino
a casa de sus primos. Arun pasó delante de un cine y, como nunca había estado en
uno, decidió cambiar la visita por la película. La Experiencia fue fascinante
para él, sólo que hubo un problema. La película lo cautivó tanto que perdió la
noción del tiempo, Por supuesto, a las 17:00 en punto su abuelo estaba en el
lugar de encuentro esperándolo.
17:15…
17:30… 17:45… No había rastro de su nieto. Gandhi estaba desesperado.
La
película no acabó hasta las cinco y media de la tarde. Cuando el muchacho fue
consciente de la hora, sintió un temblor por todo su ser. Notó que su corazón
no daba abasto a bombardear toda la sangre que su cuerpo necesitaba, y,
agobiado, corrió con la misma ansia que si alguien lo estuviera persiguiendo.
No llegó hasta pasadas las seis, y, cuando lo hizo, vio que el rostro de su
abuelo era un poema de desencanto.
“Abuelo, lo siento”. Se disculpó, “los tíos
se demoraron con la comida, me pidieron quedarme para el postre y…, caro, no
les iba a decir que no…”
Pero el
Mahatma ya había hablado con sus tíos y sabía que lo que su nieto estaba
diciendo no era cierto. Arun intuyó ese hecho al notar cómo con cada una de sus
palabras el cuerpo de su abuelo Languidecía, sus cejas se encogían y su piel
adquiría tonos de palidez, muestra de la tristeza y dolor que sentía al
contemplar a su propio nieto intentando engañarlo.
“Querido
Arun”, le dijo. “Sólo hay dos formas de interpretar esta situación. La primera
es concluir que tú no te has portado bien y que el castigo es para ti. La
segunda es concluir que yo te he educado mal y que el castigo es para mí, y,
por supuesto, concluyo lo segundo”.
El
mahatma Gandhi decidió que su nieto regresaría la pueblo en coche y que él
volvería a pie; de noche, sin luz, con peligros y descalzo. El joven Arun
intentó convencerlo de que no lo hiciera, pero su decisión era inamovible.
Si
hubiera descargado su frustración sobre su nieto, esa lección de Arun le
hubiera durado un día. Al haberla descargado sobre sí mismo, consiguió que esa
lección le durara para toda la vida.
EL LÍDER DÉBIL SUCUMBE A LA
TENTACIÓN DE CULPAR A SUS SEGUIDORES, Y CON ELLO LOS ALEJA. EL FUERTE SE CULPA
A SÍ MISMO Y CON ELLO LOS INSPIRA.
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